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Por el amor al cine: la evolución del pasatiempo universal

Actualizado: 27 ene 2022

Ir al cine es, hoy en día, una de las actividades preferidas por el público en general para pasar un buen rato con la familia, los amigos o la pareja. Pero, ¿siempre ha sido igual a lo largo del tiempo? Aquí les traigo algunos datitos acerca del pasatiempo por excelencia.

Siempre me gustó ir al cine. Como se habrán dado cuenta en posts anteriores, o si quizás leyeron mi mini biografía, soy una cinéfila empedernida, y podría hablarles por una infinidad de horas sobre trivias de alguna película interesante o hasta la de estreno.


Pero de eso no hablaremos ahora.


Supongo que no seré la única en el mundo a la que le guste ir al cine (y si es así, momento incómodo), ya sea por que la película a verse es la adaptación de alguna novela famosa, porque el galán de moda actúa allí, o porque simplemente llegó el antojo de la canchita (palomitas de maíz, pop corn, como lo prefieran llamar).


Para mí, ir al cine es más que eso: es experimentar una de las muchas manifestaciones del arte universal, tanto como los libros, las pinturas y el teatro.

Solo que, claro, esta manifestación es mucho más concurrida, por no decir comercial.


Todos conocemos a la perfección el proceso: desde comprar la entrada en la página web del cine (o en la de Fandango, en algunos casos) hasta ir a la dulcería a comprar el combo de pop corn, gaseosa y alguna otra indulgencia más, para finalmente llegar hasta los asientos asignados en la sala que les haya tocado.


Sin embargo, no siempre fue así.


Todavía recuerdo aquellos tiempos de mi infancia en la que no existía eso de las ventas online, o por lo menos, si existían, eran cosa rara, casi inconcebible.

Si se nos antojaba ver una película, todo tenía que planearse con antelación:

El viernes por la noche decidíamos que íbamos a ver cierta película; el sábado por la mañana, buscábamos la cartelera en el periódico Luces de El Comercio o de algún otro periódico que tuviéramos en casa y elegíamos la hora (la que por cierto, no siempre era exacta).

Mi padre iba corriendo a la boletería del cine antes de la hora del almuerzo para hacer una fila que podría ser tan corta como las patas de una tortuga, o tan larga como bufanda de jirafa, solamente para comprar las entradas.

En esa época, no se ponía en práctica la reserva de los asientos según el cliente lo prefiriera, por lo que uno se conformaba con conseguir el número de entradas que necesitaba, y buscar buenos asientos ya era su problema.

Si la función era, por ejemplo, a las 4pm, teníamos que llegar corriendo a las 3 en punto al cine, y mientras dos personas se quedaban en la dulcería haciendo fila para comprar el pop corn y las bebidas, el resto se quedaba a hacer fila junto al chico o chica que verificaba las entradas.

La espera podría durar tanto quince minutos como una hora entera, sobre todo si era una película de estreno (lo sé, gracias, Spider-Man 2).


Cuando llegaba la hora de entrar a la sala, mi padre y yo corríamos de la mano lo más rápido que nos lo permitían las piernas para poder agarrar los mejores asientos, cosa que podría pasar como no: hubo un par de veces que alcanzamos a sentarnos todos, pero a cada lado de la sala, es decir, dos en las filas de la derecha, uno al centro, y el otro a la izquierda, o al revés incluso.


Era caótica la experiencia de ir al cine antes de que llegara el milagro de las ventas online y la mejora de atención al cliente, pero de todas maneras, valía la pena.


Ahora bien, si yo he sentido que el ir la cine ha cambiado desde que era niña hasta ahora, para la generación de nuestros padres e incluso abuelos, el cambio debió ser mucho más notorio.


Mis padres me contaban entre sus muchas anécdotas que, en los famosos cines de barrio (porque antes no existían las cadenas de cine como Cineplanet o Cinemark), cuando las películas eran demasiado largas, había un intermediario de por lo menos quince minutos, lapso durante el cual el encargado de llevar con la moto el rollo con la segunda parte de la película recorría media ciudad desde otro cine; y si no llegaba a tiempo, vaya que los asistentes eran capaces de lincharlo.


Otro dato importante era que, durante esos mismos intermediarios, los espectadores aprovechaban para ir al quiosco más cercano a comprar los famosos "chistes" (o historietas, si hablamos con propiedad) o algún otro dulce para matar los antojos durante la espera.


Además, los controles a la hora de ingresar a la sala no eran tan estrictos como lo son ahora: un pariente me comentó que, cuando tenía solamente catorce años, el que cuidaba la entrada de la sala a una película de mayores de dieciocho (creo que fue una con Raquel Welch u otra de esas actrices de la época), se hizo de la vista gorda y le permitió entrar con sus amigos.

No dudo que debieron pasársela genial, y así como ellos, muchos adolescentes que veían ese tipo de contenido a una edad quizás demasiado temprana.


En la actualidad, en cambio, los menores de edad no pueden ingresar a ver ese tipo de películas sin un adulto que les acompañe sí o sí, ni aunque supliquen.

Por darles un ejemplo, les contaré mi experiencia al ver Cincuenta Sombras de Grey, en el 2015.


Mis dos amigas, con las que había ido a verla, estaban todavía comprando la comida, y mientras yo hacía la cola para entrar a la sala, me percaté de que una pareja de chicos que no debían tener más de quince años, estaban temblando.

Claro, la película era expresamente para mayores de dieciocho, y exactamente entenderlo no era tarea difícil: el tráiler bastaba para confirmarlo.

De todas formas, cuando les llegó el turno, el chico que atendía, como era de esperarse, les pidió sus DNIs (documento de identidad de Perú), y ahí se quedaron un buen rato los chicos suplicando que les dejaran pasar porque ya tenían las entradas compradas.

Tuve que toser para que me dejaran adelantarme, y no mentiré: se sintió genial poder enseñar por primera vez mi DNI para ver una película para mayores (estaba a casi dos meses exactos de cumplir diecinueve), y después de que el muchacho me despidió con un "disfrute su película", me volteé a ver, y la pareja tenía una expresión que iba entre la añoranza y la desesperación.

Por lo último que vi, el chico les seguía negando la entrada.


Para terminar, se les da a los espectadores distintos tipos de sala a elegir: ahora tenemos desde salas Prime (con el servicio parecido al de un restaurante), salas 3D, XD, hasta las 4D (aunque escasas en el Perú), donde no solamente se ven las películas, también se sienten.

Así es: se pueden percibir movimientos según el momento de la película, hasta los olores (los desagradables incluidos).

Definitivamente no teníamos eso en la infancia, ¿o sí, mis queridos compañeros de generación, y de las generaciones anteriores?


Como se pueden dar cuenta, la experiencia de ir al cine ha ido cambiando mucho con el pasar del tiempo, pero sean cuales sean los nuevos cambios que le deparen, no hay duda de que seguirá siendo una experiencia única y para disfrutarse con todos.


Ahora viene una pregunta: ¿qué cosas recuerdan de ir al cine cuando eran niños? ¿Hacían el plan desde el día anterior, y corrían para alcanzar asientos?

Déjenme su respuesta en los comentarios, me encantaría que compartamos experiencias de la infancia. ¡Todos son bienvenidos!


¡Y esto fue todo por el post de hoy! Espero que les haya gustado, aunque sí, es un poco largo.


Gracias por leerme, y nos veremos mañana en el Top 5.


¡Besos!


Clauu 😘

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